Felicidad Batista
Hay palabras calladas, silenciosas, gritonas, huidizas, aterciopeladas, enclaustradas o viajeras. Las hay también que tienen un sonido propio, único, inconfundible, que nos llevan o nos traen nuestro patrimonio común. Y a esas pertenecen las que parten de Canarias y regresan bajo la belleza de quienes las atrapan y las transforman en arte y literatura.
El nombre de Canarias, como si las ocho islas fueran barcos incansables de puertos y mares, se ha propagado por todo el mundo y uno de los responsables, apenas mide unos centímetros. Es nuestro pájaro canario. Ha volado alto por los cielos literarios de poetas como Walt Whitman, Juan Ramón Jiménez en “Platero y yo”, en la poeta norteamericana Rita Dove en alusión a la cantante de jazz Billie Holliday o Federico García Lorca en su “Cante jondo” y “Amparo”. Ha entonado su canto en el cuento “Muebles el Canario” del gran cuentista uruguayo Filisberto Hernández, cuyo padre procedía de Tenerife. Escribió Antonio de Viera y Clavijo en el prólogo de su “Diccionario de la Historia Natural de Canarias”: «Pregúntame un europeo entonces: ¿por aquel pájaro que oigo gorjear tan suave, viva y gallardamente en la espesura de estos árboles? Ese es el que llaman «Capirote», especie de «Fauveta», que puede competir con vuestro «Ruiseñor», mientras ese otro que vuela en solicitud del alpiste (grano originario de nuestra tierra) es un legítimo, «Canario». —¿Un Canario? ¿Y nace, y vive, y canta, y hace nido y procrea suelto en él campo y libre? ¡Qué rareza! ». El grancanario Alonso Quesada le dedicó una “Elegía al canario”. Luis Feria el poema “Canario” lo comienza así: «Cuidado, gardelito, que te tragas el sol». Los hemos visto en el buen cine. Lució su mejor plano en la película “Los pájaros” de Alfred Hitchcock, mientras los protagonistas, encarnados por Tippi Hedren y Rod Taylor, charlaban en una pajarería. Los Simpson echaron a volar un canario en dirección a nuestras islas, después de consultar en un globo terráqueo donde estábamos situados.
Pero, sin duda, merecen una mención aparte y especial, su vuelo y su canto en una de las grandes novelas de la literatura universal. Entre las páginas de “Cien años de soledad” del escritor colombiano Gabriel García Márquez, se escucha su canto timbrado, dulcísimo y también huidizo. Sucedió cuando Amaranta Úrsula buscó, para regresar a Macondo, el barco que recalara en «las islas Afortunadas». Su madre le había informado de la extinción de los pájaros en Macondo. Su intención no era otra que llevarse una jaula llena. Y así recogió a «veinticinco parejas de canarios más finos para repoblar el cielo de Macondo». Gran honor para nuestras aves surcar el cielo de un lugar mítico en la literatura de todos los tiempos. Y así de esta manera, difundir su origen isleño y el gentilicio canario bajo cuantos cielos se ha leído la novela y en las múltiples lenguas que se ha traducido. El empeño que puso Amaranta Úrsula para que nuestros pájaros llenaran de alas y finos timbres a Macondo, fracasó. «En vano les falsificó nidos de esparto en los almendros, y regó alpiste en los techos y alborotó a los cautivos para que sus cantos disuadieran a los desertores, porque éstos se remontaban a la primera tentativa y daban una vuelta en el cielo, apenas el tiempo indispensable para encontrar el rumbo de regreso a las islas Afortunadas». Sí, las parejas de nuestras aves libres, nada más sentir el tacto del aire debieron creer que era piel de mar. Y ya conocemos que el canario en olas de nubes o en espuma de océano, construye naves con las que embarcar nostalgias y querencias de volcán, pinos o retamas.
Nunca se dejará de escuchar y contemplar el aleteo de aquellas parejas y sus descendientes, cuidadosamente elegidas y criadas por Amaranta. Un vuelo de retorno en las palabras que fueron escritas por García Márquez y a las que le dio canto y libertad.