Felicidad Batista
Una de las grandezas de la literatura de Benito Pérez Galdós es que su obra es clásica por actual. Pues cada uno de los temas que trató: intolerancia política y religiosa, el desprecio a la belleza interior, la marginación, la discriminación social y psicológica, los estigmas, los acosos, los miserables, los ricos de alma y los potentados pobres de espíritu, los apaleados por la pobreza, el origen o la procedencia, la ceguera como metáfora de lo que no se quiere ver y como la visión transforma lo esencial en aparente y un sinfín de aspectos que podemos ir enumerando. Pero baste, tan solo, unas pinceladas de algunos de sus personajes femeninos para asomarnos a su jugoso y profundo mundo literario que por vigente siempre urge una reiterada lectura.
Benito Pérez Galdós nació en Las Palmas de Gran Canaria el 10 de mayo de 1843 y falleció en Madrid el 4 de enero de 1920. A su entierro, en una tarde fría, asistieron más de treinta mil personas. Y a propósito del centenario de su muerte, donde se celebran diferentes eventos que reflejan y recuerdan su vida y su obra, nos acercaremos a algunos aspectos de su enfoque literario de género. Sin duda uno de los grandes novelistas de la literatura universal que retrató con hondura psicológica cada uno de los personajes que aparecen en sus obras. Y son los femeninos en los que nos centraremos con curiosidad literaria pero, sobre todo, con la pasión de desbrozar los pliegues de las miradas, los comportamientos, los pensamientos, la filosofía, la fragilidad o fortaleza de cada una de las mujeres que aparecen en sus novelas.
Nuestro escritor canario comenzó a formarse en la capital grancaria. Le gustaba dibujar, amaba la música y la literatura. Especialmente los relatos históricos que su padre, militar en la Guerra de la Independencia, le contaba. Estudió el bachillerato en el Instituto Canarias, actual Cabrera Pinto de San Cristóbal de La Laguna en Tenerife. Y, posteriormente, su madre le envió a estudiar Derecho a Madrid, para impedir una relación con una prima suya. Aunque se interesó más por los círculos literarios madrileños de comienzos de la década de los sesenta del siglo XIX, que por asistir a clase. Solía frecuentar el Ateneo y la Tertulia Canarias en el café Universal donde se encontraba con Plácido Domingo Sansón, el marqués de la Florida, Fernando León y Castillo, Nicolás Estévanez, entre otros. Amante del teatro, comenzó a escribir para periódicos de la capital madrileña. Así como pronto fue corresponsal en París donde se entusiasma con la obra del francés Honoré de Blazac y con la del inglés Charles Dickens, el que traduce “Los papeles póstumos del Club Pickwick”.
Su primera novela publicada fue la “La Fontana de Oro” en 1870. Una trama sentimental entre el liberal Lázaro y Clara, sobrina de un absolutista, con el trasfondo histórico del Madrid política y socialmente convulso del trienio liberal de 1820 a 1823. Debe su título al nombre del Café que, próximo a la Puerta del Sol, era lugar de reunión de escritores, políticos y artistas. El lenguaje ya refleja a ese Galdós que recorría la ciudad y se impregnaba de su hablas, ambientes, tipos humanos, etc. En esta “ópera prima” recorremos, en la gran narrativa galdosiana, el Madrid de una noche turbulenta a través del “vía crucis” de la protagonista: «La gente bajaba, y Clara bajaba delante. Aquello le dio más miedo que los borrachos; pero cuando se encaró con la Cibeles, cuando vio aquella gran figura blanca en un carro tirado por dos monstruos blancos, se detuvo aterrada. Había visto alguna vez la Cibeles; pero la obscuridad de la noche, la soledad y el estado de excitación y dolencia en que se encontraba su espíritu, hacían que todos los objetos fueran para ella objetos de temor, todos con extrañas y fantásticas formas.[…] Entró en el Prado. Este sitio le pareció tan grande que creía no llegar nunca al fin. Jamás había visto una llanura igual, campo de tristeza, de ilimitada extensión; los árboles de derecha e izquierda se le antojaban fantasmas negros que estaban allí con los brazos abiertos; brazos enormes con manos horribles de largos y retorcidos dedos. Anduvo mucho, hasta que al fin vio delante de sí una cosa blanca, una como figura de hombre, de un hombre muy alto, y sobre todo muy blanco. Se fue acercando poco a poco, porque aquella figura se le representaba marchando con pasos enormes. Era el Neptuno de la fuente, que en medio de la obscuridad proyectada por los árboles, se le figuraba otro fantasma».
Después de sus primeras tres novelas, denominadas de tesis, “La Fontana de oro”, “La sombra” y “El audaz”, publica “Doña Perfecta” en 1876. Un relato que primero fue por entregas para el periódico Nueva España, encargo de su paisano Fernando León y Castillo; y , más tarde, también la adaptó al género teatro. Doña Perfecta pretende casar a su sobrino Pepe Rey con su hija Rosario a fin de preservar el patrimonio familiar. Pero cuando Pepe llega la pueblo “en el corazón de España”, su progresismo, educación y mirada amplia y liberal, chocarán de frente con Doña Perfecta, conservadora, y con el cura. Y estos tratarán de poner fin al amor que surge entre los primos. Doña Perfecta es el prototipo galdosiano de mujer de carácter fuerte, temperamento acerado, roca inamovible de los valores de la España profunda. Su hija, Rosario, en cambio, es débil, dubitativa, fluctúa entre el deber y el amor, los valores y criterios que impone la madre, entre la obediencia y el deseo. Y así nos describe Benito Pérez Galdós a esta mujer incólume: «Doña Perfecta se levantó indignada, majestuosa, terrible. Su actitud era la del anatema hecho mujer. Rey permaneció sentado, sereno, valiente, con el valor pasivo de una creencia profunda y de una resolución inquebrantable. El desplome de toda la iracundia de su tía que le amenazaba no le hizo pestañear». Y en in diálogo que mantiene Rosario con su primo y enamorado Pepe Rey, se reflejan algunas de las turbulencias que cruzan su ánimo: «Yo caía, caía, como el pájaro herido cuando vuela, que va cayendo y muriéndose, todo al mismo tiempo... Esta noche, cuando te vi despierto tan tarde, no pude resistir el anhelo de hablarte, y bajé. Creo que todo el atrevimiento que puedo tener en mi vida, lo he consumido y empleado en una sola acción, en esta, y que ya no podré dejar de ser cobarde... Pero tú me darás aliento; tú me darás fuerzas; tú me ayudarás ¿no es verdad?... Pepe, primo mío querido, dime que sí; dime que tengo fuerzas y las tendré; dime que no estoy enferma y no lo estaré. Ya no lo estoy. Me encuentro tan bien, que me río de mis males ridículos»
“Gloria” se publica en dos partes entre 1876 y 1877. La trama de esta novela discurre entre el amor imposible de Gloria Lantigua, pertenece a una familia de firmes convicciones católica s y de Daniel Morton, un náufrago de origen inglés y judío. El drama deviene de la intolerancia religiosa. Los dos personajes femeninos fundamentales de esta novela de tesis son la protagonista y la madre de Daniel, Esther Spinoza, un homenaje de Galdós al filósofo Baruch Spinoza expulsado de España. Gloria de 18 años y prometida a un joven de buena posición se enamora de Daniel. Pronto se queda embarazada y el inglés le revela que no es protestante como suponen, sino judío de origen safardí. Lo que desencadena el final trágico. «Un día, como Gloria, viéndole sumergido en hondos comentarios sobre la unidad religiosa impuesta a los Estados después de la unidad política, le dijese que en su sentir [a su padre] los reyes de España habían hecho mal en arrojar del país a los judíos y a los moros, Lantigua abrió mucho los ojos, y después de contemplarla en silencio mientras duró el breve paroxismo de su asombro, le dijo: Eso es saber más de la cuenta. ¿Qué entiendes tú de eso? Vete a tocar el piano».
Otra de sus grandes novelas con nombre de mujer es “Marianela”. Galdós exhibe su capacidad narrativa, literaria y realista en la profundidad psicológica y en la evolución de sus personajes. Marianela es una lazarilla, huérfana de dieciséis años, de madre soltera y suicida, desfavorecida, que se alimenta de los mendrugos de pan que le tira Señana; la matriarca de la familia Centeno que la acoge. Solo el padre, Sinforoso y Celipín, el pequeño de los cuatro hijos, la consideran. Así como el médico Golfín. Ella acompaña al joven Pablo Penáguila, ciego y de buena posición social y es que le describe el mundo que los rodea. El trato diario y los caminos guiados, llevan a Pablo a declararle su amor. Pero tras una operación que le realiza el doctor Golfín, recupera la vista y el protagonista se enamora de d ella belleza de una prima. Para Marianela, desdichada, la vida ya no tendrá sentido. Una novela de calado social donde Pérez Galdós expone el mundo de la pobreza, los marginados, los miserables. La ocupación, esta vez llevada a cabo por una mujer, es una evocación literaria del Lazarillo de Tormes y de los lazarillos que buscaban el sustento poniendo miradas a los ciegos. Marianela como símbolo de la marginación, el desamparo, la desprotección social. Una mujer que a lo largo de la novela recibe varios nombres: Nela, Nelilla, María, María Nela, etc., y no es hasta después de su muerte cuando se conoce su verdadero nombre: María Manuela Téllez. Nos narra en la novela «Jamás se le dio a entender a la Nela que había nacido de criatura humana, como los demás habitantes de la casa. Jamás fue castigada; pero ella entendió que este privilegio se fundaba en la desdeñosa lástima que inspiraba su menguada constitución física, y de ningún modo en el aprecio de su persona. Nunca se le dio a entender que tenia un alma pronta a dar ricos frutos si se la cultivaba con esmero, ni que llevaba en sí, como los demás mortales, ese destello del eterno saber que s nombra inteligencia humana, y que de aquel destello podían salir infinitas luces y lumbre bienhechora. Nunca se le dio a entender que en su pequeñez fenomenal llevaba en sí el germen de todos los sentimientos nobles y delicados, y que aquellos menudos brotes podían ser flores hermosísimas y lozanas, sin más cultivo que una simple mirada de vez en cuando». Una mujer invisible para los Centenos, para Pablo desde que recupera la visión, para la sociedad que no acepta su origen, su falta de belleza exterior y a la que no le basta su grandeza humana.
“La desheredada”, publicada en 1881, abre el ciclo de las novelas contemporáneas españolas. En ella una joven, Isidora, ingenua y con deseos de progresar, llega a Madrid como quien pisa la tierra de promisión. Pero la realidad tiene una contundencia difícil de sortear. Y sus ensoñaciones de creerse que ha heredado un marquesado la llevan a padecer las desventuras de la prostitución y la cárcel. «Yo quiero ir por los buenos caminos, y Él no me deja —prosiguió Isidora con tanta agitación que parecía demente—. Veremos si al fin me favorece. Te diré...; lo que importa es que yo gane ese pleito. Cuando lo gane, tomaré posesión de mi casa... Mucho siento no poder llegar a ella con todo el honor que mi casa merece..., pero ¿qué hacer ya? Entretanto, amigo, la miseria me es antipática, es contraria a mi naturaleza y a mis gustos. La miseria es plebeya, y yo soy noble».
Los días previos a la caía del reinado de Isabel II y el comienzo del Sexenio Democrático, en el último tercio del siglo XIX, son el marco histórico en el que se desarrolla “Tormento”. La ironía y el humor galdosiano recorren la trama con tres protagonistas prinicipales. Amparo Sánchez Emperador, la Tormento, que mantuvo una relación con el sacerdote Pedro Polo Cortés y se enamora de un emigrado que se ha enriquecido en América, Agustín Caballero. Y en medio Rosalía Pipaón, la de Bringas, empeñada en hacer zozobrar el amor entre Tormento y el indiano para que este se case con una de sus hijas. Y Tormento que vivirá en la permanente lucha entre su pasado con el sacerdote y su amor por Agustín. Nuevamente la crítica social y política, la doble moral se cruzan en esta novela galdosiana. La metáfora de Tormento como trasunto de España que se debate entre avanzar y progresar uniéndose a un futuro que representa el indiano o quedarse atrapada en el pasado y sus cadenas. Tormento se dirige al sacerdote así: «Hay personas con quienes no valen los propósitos buenos... —replicó ella tratando de mostrar carácter—. Yo recibí una carta que decía: «moribundo» y vine... Yo quería consolar a un pobre enfermo, y lo que he hecho es resucitar a un muerto que me persigue ahora y quiero enterrarme con él... Por débil me pasó lo que me pasó. Esto de la debilidad no se cura nunca. Hoy mismo, al querer venir, una voz me decía aquí dentro: «no vayas, no vayas». Dichosos los que han nacido crueles, porque ellos sabrán salir de todos los malos trances... Dios castiga a las personas cuando son malas, y también cuando son tontas, y a mí me castiga por las dos cosas, sí, por mala, y por necia...».
“Las de Bringas” (1884), una novela realista que cuenta con un personaje que ya aparece en “Tormento”, Rosalía Pipaón; cuyas aspiraciones sociales, al servicio de Isabel II, la llevan a gastar como si perteneciera a la nobleza y dispusiera de grandes recursos. Las deudas cada vez mayores la llevan a prostituirse.
Es “Fortunata y Jacinta” una de las grandes novelas de Pérez Galdós. Publicada en 1887, consta de cuatro partes en las que una pléyade de protagonistas conforma una obra coral. Aunque bien es cierto que son Fortunata especialmente, Jacinta, Juanito Santa Cruz y Maximiliano Rubín los más destacados. Una novela cumbre donde los perfiles psicológicos galdosianos alcanzan toda su dimensión poliédrica, así como la destreza narrativa, la mirada literaria y la perspectiva creativa, social, realista y universal. Una vez más el escenario es el Madrid literario del autor; y el fondo histórico y social se mueve entre 1868 y 1876. Donde se suceden la muerte de Alfonso XII, el Reinado de Amadeo I, la Primera República, la Regencia de María Cristina, dos Golpes de Estado y la Restauración. En palabras de la profesora de la Universidad de Las Palmas de Gran Canaria y especialista y estudiosa de la vida y obra de Galdós, Yolanda Arencibia «Dos historias de casadas, metaforiza el papel de la mujer en la sociedad decimonónica (en la burguesía decimonónica y en sus distintos estratos sociales) mediante una amplísima y variada galería de retratos animados, que completan, uno a uno en su individualidad, el friso de aquella sociedad. Son referentes femeninos con genio y con figura, con gesto y con voz, que van descubriéndose ante el lector, con o sin intermediarios, para desnudar ante él la trascendencia de su vivir y los entresijos internos de su sinvivir en conflicto con la sociedad que la conforma».
Fortunata es el personaje fuerte sin linaje, dispuesta a trasgredir los convencionalismos burgueses, religiosos y morales frente a sus sentimientos y emociones. Que viene del pueblo y así la define Juanito Santa Cruz: «Fortunata tenía los ojos como dos estrellas, muy semejantes a los de la Virgen del Carmen […]. Fortunata tenía las manos bastas de tanto trabajar, el corazón lleno de inocencia... Fortunata no tenía educación; aquella boca tan linda se comía muchas letras y otras las equivocaba. Decía indilugencias, golver, asín. Pasó su niñez cuidando el ganado. [...] ¡Pobre Fortunata, pobre Pitusa!... ¿Te he dicho que la llamaban la Pitusa? ¿No?... pues te lo digo ahora. Que conste... Yo la perdí... sí... que conste también; es preciso que cada cual cargue con su responsabilidad... Yo la perdí, la engañé, le dije mil mentiras, le hice creer que me iba a casar con ella. ¿Has visto?... ¡Si seré pillín!... Déjame que me ría un poco... Sí, todas las papas que yo le decía, se las tragaba... El pueblo es muy inocente, es tonto de remate, todo se lo cree con tal que se lo digan con palabras finas... La engañé, le garfiñé su honor, y tan tranquilo. Los hombres, digo, los señoritos, somos unos miserables; creemos que el honor de las hijas del pueblo es cosa de juego...».
Jacinta, en cambio, representa el ideal de mujer casada de la alta sociedad, de modales refinados, delicada, incapaz de desviarse un ápice de su papel previsible de esposa, a pesar de las traiciones y, ser víctima, aumenta su empatía social. «Jacinta era una chica de prendas excelentes, modestita, delicada, cariñosa y además muy bonita».
“Tristana”, “Misericordia” y tantas otras novelas, nos presentan una extensa e intensa relación de personajes femeninos que Galdós configura desde la moral, la religión, la sociedad, los acontecimientos históricos, la sociedad burguesa y el pueblo, los convencionalismos, la transgresión …, que nos invitan constantemente a releer. La celebración del centenario de su fallecimiento es una ocasión más para reencontrarnos con Benito Pérez Galdós y el conjunto de su obra y para visitar su Casa Museo en la calle Padrón de Las Palmas de Gran Canaria.
Y dejamos abierto este artículo con la definición que hizo de la novela en su discurso de recepción en la Real Academia Española: «Imagen de la vida es la Novela, y el arte de componerla estriba en reproducir los caracteres humanos, las pasiones, las debilidades, lo grande y lo pequeño, las almas y las fisonomías, todo lo espiritual y lo físico que nos constituye y nos rodea, y el lenguaje, que es la marca de raza, y las viviendas, que son el signo de familia, y la vestidura, que diseña los últimos trazos externos de la personalidad: todo esto sin olvidar que debe existir perfecto fiel de balanza entre la exactitud y la belleza de la reproducción».